ARTÍCULOS PARA TRADUCIR


Rafael Heliodoro Valle

Nacido en Tegucigalpa, Honduras —1891—, realizó sus estudios de maestro en la ciudad de México, graduándose en la Escuela Nacional de Maestros en 1911. Dueño de una colorida y brillante prosa tropical, Valle desde muy joven se volcó a la poesía y la prosa, creando su propia corriente estilística. Sus obras: El Rosal Ermitaño —Méx. 1911 S. José C.R. 1920—; El perfume de la Tierra Natal —Tegue, 1917— y Anfora Sedienta —Méx. 1922— le perfilaron como poeta de las tierras americanas. Historiador, biógrafo, compilador y bibliógrafo abordó muchos temas mexicanos ya que conocía la provincia y supo interpretarla. Ilustre maestro, formador de juventudes; diplomático; periodista; pero sobre todo amigo entrañable de los mexicanos y salvadoreños de su generación, Heliodoro Valle consolidó nuestra ancestral hermandad con la intelectualidad centroamericana. Su esposa Emilia Romero del Valle recogió su numerosa obra al deceso del maestro en la ciudad de México en 1959.

En buena hora reproducimos aquí, dos de sus sabrosos relatos sobre la Puebla antañona.

*Selección y nota de Ramón Sánchez Flores, cronista de la ciudad de Puebla.

 

 

 Agua de luz en taza de azulejos

Rafael Heliodoro Valle†

Agua de luz en taza de azulejos: eso bebo este día. Sobre mi corazón pone sus labios azules el cielo de Puebla. Más ricamente exornados me parecen sus templos y sus casas, más nuevas sus calles, más frescos sus porrones de Talavera. El facistol que labró Pedro Muñoz para la basílica, abre todos sus misales miniaturados en la larga cuaresma. Hasta aquí llegaron las esmeraldas de Colombia, el cacao de Guayaquil, la seda de los galones inverosímiles que más tarde iba trocada por otras preseas del telar a los colonos ricos del Perú. Bendigo al buen Dios que señaló a Esteban Zamora el ventero, el sitio para poner su banco de herrador en el mismo paraje que más tarde prefirió Motolinia para que se detuvieran las recuas y comprar el tocino y el bizcocho, matalotaje de las naos. Todavía —como él dice en su crónica— el trigo es aquí muy bueno, tal parece que los vecinos de esta ciudad siempre comen pan de boda. Aun alabaría González Dávila en este amanecer de Jueves Santo, los frutos de Castilla que aquí se cortan, las legumbres que las amas de llaves vigilan con devota paciencia cuando la olla suelta el hervor.

Se derrama la dulzura de los bronces matinales en la humildad de esta mañana santificada de Cristo y de sol. ¡Buenos días, oh Jerusalén! Sobre los campanarios coloridos pasa a caballo San Ignacio Zaragoza.

Aquí cinceló Antonio Villafaña una custodia, Diego Larios dio el último toque a la lámpara que se estrenó en Corpus; Fr. Miguel Navarro repujó una custodia, construyó un órgano y labró una pila bautismal para el convento de franciscanos. Aquí se trabajó antaño el carey, el tecali y el marfil y se hicieron armas —las más selectas de la Nueva España según Villaseñor y Sánchez— de aquí eran la lana y el algodón, los platos y las tazas que alabó Mendienta —de la Puebla el jabón y la loza, y no otra cosa—, los cueros adobados que ensalzó Humboldt, el trigo que según Vetancourt rendía de 80 a 100,000 fanegas, las 50 tocinerías y las alhóndigas y las ladrilleras que ponderó Bermúdez de Casto, el lujo que loó en ditirambos el fraile Villaseñor.

De aquí eran la Peralta, cuya alma pajarera vagabundeó de amor sobre la manera del canto; Carmen Unda, que al decir el Ave María era como si se encendiesen todas la velas del tabernáculo. Aquí pensó Barreda, se desveló Antuñano, se asomó Manuel M. Flores al mirador de madreselvas de la poesía patética.

Veo al obispo Palafox al resplandor de las teas que mandó a encender para que hasta en la noche gimiera el cincel en las canteras, y sonríe, detrás de un biombo florido de madrigales, la cara picarona del obispo Pérez y Martínez, cuando al volver de España trajo en su séquito lavanderas guapas.

Al ver estas Casonas pienso en el abuelo que jugó al tresillo con Su ilustrísima, tenía bastón de caña de Indias con puño de oro y regulaba su digestión con ese reloj de cadenota que los miniaturistas no olvidaron en los retratos de familia. Pienso en las puertas broncas que dan hacia los patios que refresca el surtidor y alegra el azulejo feliz; en los plateros, los mercaderes de libros, los monjes que cultivaron la gula y el latín, el pícaro Martín Garatuza que por aquí anduvo, el monseñor que se recogía el traje fastuoso para no ajar los nardos que la beata sembró.

La ciudad luce y vibra como una tacita de Talavera en que juega el agua de luz para que bajen a cantar en ella los pájaros de encaje o se abreven los venados que brincan en la leyenda santa. La bruma se ha puesto melancólica, meditabunda.

Y mientras Carlos de Gante me relata una historia de risa y de alboroto, —él, lector de gacetas, que se mesa la barba como los tipógrafos antiguos en los grabados de madera— yo busco las manos femeninas que hicieron dulces de pecado mortal y dibujo en el aire los perfiles de aquellas damas de relicario que reaparecen cuando la sombra cae más allá de los naranjos en flor.

Y este Mesón de Sosa, donde Carlos de Gante me cuenta las peripecias del tesoro que su primer dueño enterró en la escalinata, Y las velerías que vienen desde 1700, y los baños de aguas sulfurosas, y la monja quinceabrileña que se hizo alondra nocturna de tanto cantar en los maitines, mientras el maestro ceramista encendía, el horno para los azulejos.

 *Tomado de El Espejo Historial, Ed. Botas, Mexico, 1037. 354 pp

**Artículo publicado en la revista Chapulamatl-bulevar año XI, No. 74, marzo/abril de 2000.

 

 

 No sólo de pan...

De una Cruzada por la Milpa

Yuriria Iturriaga

Cruzada, es un término que puede parecer equívoco por cuanto su raíz evoca la cruz de la religión católica cuya recuperación simbólica, a través de los llamados Lugares Santos ocupados por musulmanes, fue el objetivo de la movilización armada de cristianos europeos entre los siglos XI y XIII. Por su parte, los antifranquistas españoles del siglo XX recuperaron el término en la expresión cruzada de la liberación, así como otros movimientos políticos o sociales usaron la palabra para evocar una movilización social masiva en favor o en contra de un propósito. En nuestro caso, la cruzada implica movilizar masivamente al pueblo mexicano para recuperar la milpa, cuya definición es la siguiente: del náhuatl milli o parcela, y pan o conocimiento, que indican la sabiduría que es puesta en una parcela de tierra, según el antropólogo Arturo Warman.

Por nuestra parte, creemos que esta definición es absolutamente acertada, por cuanto la variedad de milpas mesoamericanas es inconmensurable, no todas tienen las mismas características pero sí la de ser policultivos inventados por el hombre —genérico—, donde los hombres y mujeres de una comunidad cultivan diversas variedades de plantas, útiles de una u otra manera, encontrando y facilitando su simbiosis —vivir juntos, según su raíz griega—, pues las plantas de una milpa, siendo de especies diversas, se desarrollan y benefician mutuamente durante su desarrollo; además, devuelven a los suelos sus nutrientes y se repiten indefinidamente los ciclos de siembra y aprovechamiento. Las milpas mesoamericanas son así policultivos básicos de las sociedades en que fueron desarrolladas y sólo la prepotencia europea del siglo XVI pudo destruirlos para imponer sus monocultivos de mantenimiento poblacional —maíz y trigos— y de mercancías —excedentes de los anteriores y otros productos como el cacao—.

Pero los mexicanos de los siglos XVII al XXI, fuimos aceptando que las milpas eran sembradíos de maíz con raros enredos vegetales, acaso comprensibles por la presencia del frijol, sin preguntarnos sobre el origen y el fin de la multitud de otros ingredientes, como quelites, chiles e insectos comestibles… Ceguera selectiva que ha dado legitimidad al lema pueblo del maíz, pero obviando la riquísima composición de la alimentación tradicional mesoamericana, que sólo fue apreciada en parte a partir de nuestra iniciativa mundial en la sede de la Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, en París, para considerar a las cocinas tradicionales del mundo patrimonio cultural intangible de la humanidad —YEIF, enero de 2000—, aunque en México, nuestra iniciativa fue utilizada por un grupo de autollamados gastrónomos, que dejaron de lado el milagro mesoamericano de la milpa o las milpas y, 23 años después, hay que seguir defendiendo de la opacidad, ejercida por los utilitarios de los términos gastronomía mexicana y pueblo del maíz como símbolos de nuestra identidad, porque, si bien este cereal es nuestra base alimenticia milenaria, sus complementos son tan importantes como es la sangre y todos los otros tejidos de un organismo humano considerado sólo como un conjunto de músculos.

Desgraciadamente, no es sólo un problema de términos, sino la desgracia real de un pueblo envilecido alimentaria, sensorial e intelectualmente, desde su salud y su percepción de la vida dentro de cuerpos degradados visual y motoramente, hasta la desgracia de una economía nacional dependiente de la industria y el comercio de seudo alimentos chatarra. ¿En qué momento vamos a ir realmente en auxilio de los mexicanos?

Desde luego, ya no facilitando los medios monetarios para que los consumidores sigan atragantándose con productos nocivos en todos sentidos y que son muy productivos para los capitales de su producción y comercialización. Tampoco debe ser facilitando los fertilizantes tóxicos para seguir produciendo lo mismo, aunque por otra parte se promulguen iniciativas para combatir la contaminación ambiental, la escasez hídrica, y se encauce el trabajo campesino mediante mejores arreglos con los receptores extranjeros.

La Cruzada por la Milpa es la invitación a comprometernos todos los mexicanos, centroamericanos y caribeños con la recuperación de los policultivos tradicionales que revelaron sus virtudes durante milenos de construcción y florecimiento de grandes culturas con astronomía, matemáticas, literatura, artes y lenguas, mucho antes de entrar en contacto con los europeos, cuya cortedad de visión —debida a sociedades sostenidas por monocultivos depredadores de los suelos en el antiguo continente— convenció a los naturales de nuestro continente de su inferioridad en general y, particularmente, en cuanto a la producción tradicional de sus alimentos…

Por lo mismo, la Cruzada por la Milpa no sólo es una reivindicación, sino una lucha activa y sostenida sin tregua, por medio de la información y la actividad donde sea posible la siembra de milpas verdaderas, para lo que se necesita la convicción, el valor y la voluntad de las autoridades concernidas, empujadas por nosotros: el pueblo mexicano.

 *Registro en la página www.cruzadaporlamilpa.com.mx

**yuriria.iturriaga@gmail.com

  

 

En búsqueda de la repatriación de los Ancestros Yumanos

Yinna Lila Muñoz Aldama*

Desde que era niña, al convivir con las personas mayores en mi comunidad, escuchaba historias sobre nuestros antepasados, de cómo ellos reconocieron y nombraron el territorio antes de tener que asentarse en lo que hoy conocemos como las comunidades nativas, ejidos e incluso reservaciones indias. Los cerros sagrados, los senderos para llegar a otros clanes, sitios de recolección de alimentos y lugares que marcaban los cambios de estación, atestiguan la huella que dejaron nuestros antepasados.

Yo soy de una comunidad Kumiay, desciendo de jefes tribales y líderes ceremoniales, crecí con dos mujeres llenas de conocimiento ancestral quienes me criaron fortaleciendo mi cultura, tengo familiares Pa Ipai y en mi comunidad por años se ha tenido comunicación con otras etnias Yumanas.

Los Kumiay, Pa Ipai, Kua lh, Kiliwa, Cucapá y Cochimí, son parte del denominado tronco Yumano-Etnolingüístico con relación a las etnias alrededor del delta del Río Colorado en los estados de California y Arizona en Estados Unidos y Baja California y Sonora en México. Estas etnias comparten variantes lingüísticas, los cantos, ceremonias y lazos familiares. Son pueblos indígenas que han logrado permanecer hasta la actualidad en el territorio después de distintos procesos históricos, incluso ante la delimitación de la frontera, la colonización y población del norte, la reforma agraria y el desarrollo turístico e industrial.

Los lugares que recorrieron nuestros antepasados hace miles de años, parten de un vasto territorio; la costa, el chaparral, sierras, desierto y valles. Hoy, aunque vivimos en un territorio que delimitaron dos países no hace más de 100 años, seguimos reconociendo los territorios donde dejaron huella nuestros antepasados como nuestro.

El pasado 30 de marzo de 2023, a través de distintos medios de comunicación, se hizo público el hallazgo arqueológico más grande en el Estado de Baja California, México realizado por el Instituto Nacional de Antropología e Historia —INAH—. Quienes llevan alrededor de dos años realizando actividades arqueológicas en un sitio localizado a 30 kilómetros al norte de la ciudad de Ensenada, donde se encuentra la empresa de Energía Costa Azul en San Nicolás, también conocida como SEMPRA y ECA LNG.

En este sitio se encontraron 18 osamentas, es decir, 18 cuerpos que para los yumanos son nuestros ancestros directos. El estado de Baja California está repleto de sitios donde nuestros ancestros dejaron huella. Por todas partes se pueden encontrar desde pedazos de ollas de barro, morteros; hasta cuevas con monumentales pinturas, sitios calendáricos, lugares de enterramientos, parajes, y cerros sagrados. Todos ellos, importantes para nosotros, con nombres y significados.

Estos se han ido perdiendo y destruyendo a través del despojo territorial histórico; las rutas del vino, ranchos, misiones e incluso parques naturales protegidos que hoy representan la mayor atracción turística en el Estado han sido parte en la desaparición de los lugares que nuestros antepasados indígenas transitaban con regularidad en el pasado.

Este saqueo, despojo y etnocidio genera una deuda histórica que no está presente en la mente de los gobernantes e instituciones tomador@s de decisiones. Y una vez más, en este caso, los pueblos del Noroeste de México no fuimos consultados, no se tomó en cuenta la opinión de nuestras autoridades tradicionales sobre las decisiones de nuestros territorios y los cuerpos de nuestros ancestros. Una parte importante de nuestra identidad que no quiere ser reconocida por la nación que históricamente nos invisibiliza.

Es sabido que, en el caso de México como nación, se ha conformado y fortalecido mediante la creación de una identidad mestiza la cual ha buscado asimilar a los pueblos indígenas; cambiando nuestra lengua por el castellano, nuestra cosmovisión por una religión occidental y eliminado las formas de organización para poco a poco integrarnos a esta llamada nación. Siendo incluidos en la sociedad como minorías, los grupos más discriminados y en condiciones de mayor pobreza en el país.

Las leyes que lejanamente avalan la resistencia indígena como el Artículo 1ro y 2do de la constitución mexicana para velar por los derechos de los pueblos indígenas, no tratan temas relevantes como el devolución o reconocimiento del patrimonio histórico, arqueológico, sagrado o repatriación de restos humanos ya que todo esto pertenece a la nación mexicana.

Surge en mi la pregunta ¿quién en la nación mexicana?

Porque al tratar de asimilar a todos como parte de una sola de identidad, los pueblos indígenas perdemos todo.

El término sobre repatriación del patrimonio, restos humanos o de reconciliación con los pueblos indígenas en México es tema que aún no llega a considerarse legal mucho menos socialmente. Existen distintas herramientas legales de las que nos podemos apoyar —como El art 12, Declaración de las Naciones Unidas sobre los derechos de los pueblos indígenas—, sin embargo, en una relación tan vertical como la del Estado con los pueblos Indígenas, conlleva un arduo proceso de visibilización, sensibilización y estudio legal para que se pueda solucionar esta problemática y asegurar que no vuelva a pasar.

Los órganos de gobierno como el Instituto Nacional de Antropología e Historia —INAH— que se crearon con fines de investigar y conservar lo que llaman patrimonio histórico de la Nación no aceptan que son la raíz de la violación sistemática de los derechos innegables de los pueblos indígenas. Demostrando que la llamada nación hoy participa para que este tipo de instituciones estén lo suficientemente avaladas para que una minoría indígena no pueda reclamar lo que le pertenece por herencia inherente.

El INAH lleva años activo en Baja California, creando sitios arqueológicos, como El Vallecito reconocido como un lugar Kumiay en el municipio de Tecate. Pero es el INAH quien cuenta con la acreditación de decidir si el lugar es yumano o no y si estos pueblos indígenas pueden acceder o no.

El hecho de que no se consulte e involucre a estos pueblos en la gestión de rescate y resguardo de estos sitios, no sólo es un acto de despojo, sino que es una muestra clara de la relación no horizontal entre la academia y los pueblos indígenas.

La presencia de académicos del INAH dentro de las comunidades yumanas se ha dado por años, ellos han obtenido información de los miembros de nuestras comunidades, han creado libros, artículos, eventos, han enriquecido sus currículums y obtenido grados académicos, plazas, trabajo. Son ellos quienes constantemente asisten a congresos nacionales e internacionales para hablar en nombre de las comunidades, obteniendo el crédito total de los resultados.

Sin embargo somos los integrantes de estos pueblos quienes aún realizamos lo que los académicos documentan, somos los portadores de la cultura, y consideramos una injusticia que ante la ley sean los académicos y los organismos institucionales quienes tienen el poder de decidir qué hacer con los restos de nuestros ancestros e incluso deslegitimar que haya una conexión entre sus restos y nosotros.

Nos ha quedado claro que el INAH no tiene intención de consultarnos o involucrarnos en la toma de decisiones sobre nuestro patrimonio ancestral. Esto demuestra que, la llamada máxima casa de estudios antropológicos y arqueológicos continúa tratándonos como objeto de estudio y saqueando a las comunidades indígenas, ya que en lugar de ser un fuerte aliado han decidido utilizar sus credenciales para invalidar nuestra existencia, nuestra historia, deslegitimar nuestra identidad y presencia histórica en el territorio. Teniendo las herramientas legales incluso para desautorizar y quitar credibilidad a nuestras autoridades tradicionales por ser diferentes en entendimiento, cultura e identidad.

El punto de vista occidental y la ciencia se antepone sobre nuestra forma de vida, conocimiento y cosmovisión.

El INAH no descubrió una civilización antigua desconocida, sacó los restos de nuestros antepasados, los profanó y les tomó fotografías para exhibirlos. Profanó elementos ancestrales de antepasados yumanos, pueblos vivos y actuales quienes poseemos una identidad, un contexto histórico y una permanencia milenaria en estos territorios.

Un pueblo Indígena no es un objeto para exhibir en un museo.

*Indígena Kumiai de La Huerta Jtá Wá.